Por Juan Villegas
El señor Sirven, desde su habitual columna de los domingos en el diario La Nación, (se puede leer aquí) vuelve a agredir a al cine independiente argentino de bajo presupuesto. Esta respuesta no debería hacer falta, ya que muchas de las propias películas que él desprecia no hacen otra cosa que demostrar la vitalidad y la proyección de ese cine, calificado por Sirven como “los bodrios más notables que se hayan visto por estas tierras” o “películas de principiantes o de elitistas pretenciosos”.
Obviamente, se ocupa de no dar ejemplos y plantear su hipótesis reduciendo a todas esas películas en una generalidad falsa y tramposa, oponiendo el éxito circunstancial de El secreto de sus ojos, como ejemplo a seguir. Al no particularizar, está poniendo en esa bolsa a las películas de Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, Gustavo Fontán, Anahí Berneri, Julia Solomonoff, Ezequiel Acuña, Celina Murga, Martín Rejtman, Pablo Fendrik y tantos otras, muchas de ellas óperas primas, que pueblan las programaciones de los más importantes festivales de cine del mundo.
Sirvén podrá decir que lo que yo nombro son excepciones, con las cuales él estaría de acuerdo en muchos casos. El problema es que, al no particularizar, no se sabe de qué ni de quién está hablando. Por otra parte, los argumentos de Srivén no son estéticos, sino de otro orden ¿Cómo deberíamos calificar una frase como esta: “tanta peliculita gris, chata, sin argumento, sin elenco, sin dirección”? Para Sirvén, la prueba de la falta de calidad de una película estaría dada por la cantidad escasa de espectadores ¿Merece una refutación este concepto? Creo que la historia del cine responde por sí sola.
Por otra parte, no entiendo por qué, en una nota que supuestamente analiza el estado de situación del cine argentino y propone un modelo estético y productivo a seguir, se ataca a los directores y productores que no lograron alcanzar las 10.000 entradas vendidas con sus películas. Pensemos un poco. Si alguien no llega a esa cifra, puede ser por dos razones: porque no quiso o porque no pudo. Si no quiso, es porque decidió resignar una ganancia económica o resguardar la exhibición sólo a un tipo de público ¿Cuál es el problema? El que pierde plata es él, por propia voluntad, o porque los números le cerraban sin la necesidad de superar esa cantidad de espectadores, posiblemente porque la película sea de bajo presupuesto y el lanzamiento reducido. O tal vez porque ha conseguido ser financiada por otos medios: fondos de ayuda internacionales, premios en festivales, distribución internacional, ventas a TV. Si no pudo, es porque el público no respondió como pensaba. Se sabe que el negocio del cine tiene siempre esa variable. Ahora, encima que alguien pierde plata, ¿es necesario atacarlo? Pensado esto, es fácil darse cuenta de que el verdadero objetivo de la nota de Sirvén, amparándose en el éxito y la candidatura de El secreto de sus ojos al Oscar, es tomar posición en relación a la política cinematográfica que debe adoptar el INCAA. Vayamos entonces a eso, porque hay varias cosas para decir.
Por un lado, Sirvén esconde parte de la verdad. En ningún momento dice, por ejemplo, que la película de Campanella se lleva del INCAA más que ninguna otra producción argentina. Esto es importante, porque en el tono de algunas de sus afirmaciones se adivina un deseo de escandalizar al lector por el uso de dineros públicos, como cuando dice, refiriéndose a las películas más experimentales: “total ya tienen sus gastos cubiertos y viven del torrente de billetes que expele el INCAA, cuyo presupuesto asciende a 250 millones de pesos.” Sospecho que muchos lectores de La Nación no saben que los productores de El secreto de tus ojos, que posee un aparato de comercialización y opciones de financiación notables, cobran 3.500.000 pesos de subsidio del INCAA. Me apuro a decir que esto no es una denuncia, ya que lo hacen dentro del marco de la ley vigente, por lo que cada peso cobrado no merece reproche. Lo que sí discuto es el uso que Srivén hace del éxito de El secreto de sus ojos para festejar la poco feliz medida del INCAA de impedir la presentación por Segunda Vía de proyectos de directores debutantes. Sería demasiado engorroso detenernos acá en cuestiones técnicas, para entrar en una discusión a fondo sobre cuál debería ser la política de fomento del Instituto. Solo quiero decir que este impedimento me parece un paso atrás, luego de otras medidas muy interesantes, como la regularidad en las convocatorias de concursos de largometrajes y cortometrajes, así como la creación de una vía de fomento para largometrajes digitales. Es cierto que ahora, al crearse esta limitación para las primeras películas, se amplió la cantidad de premios para el concurso de óperas primas. Sin embargo, creo que el daño para productores que apuestan por óperas primas (para presentar en Primera Vía hay que tener cinco películas producidas o tres en los últimos cuatro años) y para los propios óperaprimistas puede llegar a ser muy alto.
Por otra parte, esta medida deja en evidencia una discriminación no conveniente entre productores con muchas películas y los que recién empiezan. Hubiera sido bueno, al menos, que se permita “preclasificar” en Segunda Vía a los directores de primeras películas pero sin la posibilidad de optar por el pedido de crédito. De esta forma, se estaría alentando a que se presenten a los concursos (donde pueden tener la plata disponible para el rodaje, en vez de tener que esperar al estreno comercial para empezar a recaudar subsidios). Lo que me resulta inadmisible es negarle la posibilidad de acceder a una preclasificación “de interés” a un productor con poca experiencia con un director nuevo, aún cuando este quiera optar por financiar su película por su cuenta, por ejemplo. Y pregunto: ¿por qué, entonces, los productores habilitados para Primera Vía sí pueden presentar óperas primas? Las respuestas posibles son dos. 1. Los proyectos que ellos presentarían no ganarían los concursos, porque son óperas primas de carácter más industrial. 2. Quieren guardarse para ellos el beneficio de descubrir nuevos talentos. Ambas me parecen insostenibles.
Creo, sin embargo, que las intenciones de las autoridades del INCAA no son, como pretende hacernos creer Sirvén, eliminar el cine de autor independiente de bajo presupuesto. Creo, solamente, que se trata de una medida tomada con la intención de controlar el flujo de proyectos, para hacer más viable la producción de aquellas películas que sí logran obtener el apoyo del organismo. Digo con esto que creo que, aún cuando me parece que se equivocó el camino, estas nuevas resoluciones tendrían un fin noble. El tiempo, tal vez, dirá qué resultados trae. Más allá de que me resultaba importante detenerme en este punto, el motivo de este texto es señalar las limitaciones y equívocos del artículo de Sirvén. Resulta triste que un espacio de un diario tan importante, que debería servir para la reflexión sobre tendencias en el cine argentino o para una sincera discusión estética, sea usado para fogonear un concepto populista de la política de fomento, insultando irresponsablemente a directores de cine de varias generaciones, que intentan (y lo logran en muchos casos) hacer un cine personal, original, moderno, creativo y arriesgado; y poniendo injustificadamente en el lugar de la sospecha a productores independientes que arriesgan su prestigio y su capital, apostando todos los días con su trabajo y su conocimiento al desarrollo de una cinematografía libre y pujante, la aparición de nuevos directores y la tan necesaria diversidad cultural.
Me pareció buenisima la nota. Muy bueno! Seguí escribiendo porque echas luz a muchos temas que el espectador promedio desconoce. Marcelo G. López.
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